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Guantera

RPM2: Pulsaciones por minuto

Capítulo 4: Visita inesperada

La incesante lluvia le otorgaba a Promenade des Anglais en particular, y a la capital de la Cote d’ Azur en general, una singular belleza. Aquel paseo diseñado y construido para lucir en los días más estivales, conseguía irradiar con luz propia en tan deslucida jornada. El distorsionado reflejo de las luces en el húmedo asfalto rompían la monocromática gama de grises que nacía de un cielo encapotado, tan cerrado y tan raro de ver en aquella ciudad, que parecía un decorado puesto como telón de fondo. La banda sonora corría a cargo del sonido que las olas creaban al colarse con más virulencia de lo habitual entre las piedras que conformaban la playa de Niza, empujadas por un viento que soplaba con ímpetu. Ninguna otra línea de costa podía disfrutar de semejante concierto perenne.

Con el último semáforo del paseo en rojo arrojé la colilla a la calzada y cerré las ventanas. Sequé con la manga de mi camisa las cuatro gotas de lluvia que se habían posado en el tapizado de la puerta y una vez que la luz cambió a verde seguí mi camino hacia Villefranche-sur-Mer.

Avancé por el Boulevard Princesse Grace de Mónaco cuando el cartel que anunciaba la entrada al taller de Fabien me recordó que hacía una semana que no sabía nada de mi amigo, así que viré con rapidez a la izquierda y me adentré en el callejón previo al negocio. Al llegar a la entrada, observé como la persiana izquierda descansaba a unos quince centímetros del suelo, claro indicativo de que había alguien dentro.

Detuve el Nissan, bajé y me acerqué hasta ella. La golpeé con mis nudillos lo que provocó un sonoro ruido metálico y la consiguiente respuesta.

—¡Es sábado! ¡Está cerrado! —No contesté a las palabras de Fabien, volví a golpear, y la puerta se elevó a petición del propietario del taller—. ¡Pero bueno! ¿Qué parte no entien… Mi…Michel?

—No te alegres tanto de verme.

—No sé si abrazarte o matarte, quizás así acabaría de raíz con una fuente de preocupaciones… anda, ven aquí chaval —Y se lanzó a estrecharme con un abrazo tan efusivo como sincero—. ¿Cómo te encuentras? ¿Te han tratado bien allí dentro?

—Si… si, no me puedo quejar.

—Venga, déjame cerrar y entramos en casa a tomar un café. ¿O tienes algo que hacer?

—Nada.

Fabien entró al taller de nuevo y colocó las cuatro herramientas que tenía esparcidas encima de la carretilla dentro del banco de trabajo, previa limpieza con un trapo que colgaba del bolsillo derecho de su pantalón. Se metió en el servicio a lavarse las manos y yo me adentré hasta el fondo del local para observar el magnífico trabajo de pintura realizado sobre el Bugatti.

—¿Qué te parece? ¿Te gusta el resultado? —Me preguntó desde la puerta del baño mientras se frotaba las manos con una pasta granulada específica para mecánicos.

—Espectacular —Me agaché para contemplar el reflejo de la luz en la carrocería—. No tiene ni un agua, y el brillo es homogéneo. Felicidades por el resultado, Fab.

—No me las des a mí, que eso es obra de Dominique —Se las enjuagó.

—¿Tu hijo ya pinta así? —Asintió con la cabeza mientras se las secaba con la toalla—. Increíble.

Fabien se dirigió al cuadro eléctrico, apagó las luces del local, salimos fuera y accionó el mando a distancia que hizo descender la puerta hasta el final de su recorrido. Con el taller condenado nos dirigimos a casa de mi amigo, que estaba justo detrás de su negocio. Al acceder al patio, Set corrió a recibirme con una desmedida alegría, como indicaban sus ladridos y el afanoso movimiento de su cola. Mi amigo abrió la puerta mientras yo acariciaba a su precioso Setter Inglés, y cuando al fin se calmó, entré al interior de la vivienda.

—Bonita casa, Fab —le comenté al observar la calidad de los acabados —. ¿No está tu mujer?

—No, ha ido al centro con Dominique, a comprarle ropa —Dejó las llaves en el mueble de la entrada—. ¿Qué te apetece? ¿Café?

—Si, con leche.

Fabien se metió en la cocina para preparar las bebidas. Yo me quité la chaqueta y la acomodé en una de las sillas que rodeaban la mesa. La deslicé hacía atrás para sentarme en ella pero un rincón del salón donde descansaba un tocadiscos escoltado por una gran variedad de álbumes de gran calidad llamó mi atención.

—¿Te gusta? —Fabien dejó un cenicero en la mesa y se acercó hacia mí.

—Eres todo un melómano. Menuda colección tienes.

—¿Un poco de Dire Straits?—Sacó de su funda el vinilo, lo acomodó en el plato, desplazó el brazo con delicadeza hasta que la aguja se posó con suavidad en el mítico Brothers in arms y los primeros acordes de guitarra, como solo Mark Knopfler sabía acariciarla, inundaron la estancia.

—Siento mucho que estés molesto conmigo —Saqué un cigarro y dejé la cajetilla en la mesa mientras Fabien servía los café—. Jamás imaginé que la entrega iba a terminar de aquella manera.

—Ni tú ni nadie se imaginaba nada igual —Apartó una de las sillas hasta disponer del espacio necesario para sentarse—. No estoy molesto contigo. No puedo estarlo porque siempre has sido sincero conmigo. En realidad fui yo el que decidí echarte una mano.

—No hubiese sido posible sin tu ayuda.

—Eso es lo que me duele. Que quizás nada de esto hubiese ocurrido si os hubiese convencido de desistir. Tú no habrías pisado la cárcel, ni Mélissa el hospital. Ni Séb el cementerio —Un incómodo y largo silencio se generó en la estancia—. ¿Has podido verla?

—Ha sido lo primero que he hecho al salir.

—Siento mucho la pérdida de vuestro… —Fabien no tuvo el valor de pronunciar la última palabra.

— No te preocupes, Fab, no podemos hacer nada. Quizás en otra ocasión tengamos más suerte —Bebí un sorbo al café—. ¿Tu cómo estás?

—Bien. He estado entretenido con el trabajo durante toda la semana. Me ha ayudado a no pensar más de lo necesario. Hemos ido casi cada tarde a ver a Mélissa al hospital, para hacerle más llevadera la situación. Y de paso permitir que Phil descansara un poco, porque no la ha dejado sola ningún instante. El pobre ha tenido una semana agotadora.

—Ya me imagino.

—No, creo que no te lo imaginas del todo. En el momento que te alejaste a toda velocidad con el Alfa Romeo me retuvieron en la frontera, ya que querían explicaciones acerca de lo que acababa de ocurrir.  Mélissa salió detrás de ti porque ya había entendido la genialidad, o locura, que tenías preparada. Y Phil aprovechó toda la confusión para cambiarse de carril y pasar a suelo galo.

—¿Y tu hijo? Iba con él en Jacqueline, ¿verdad?

—Así es, pero lo abondonó unos metros más adelante.

—¿De veras?

—Y yo se lo agradezco. Phil no sabía dónde iba, pero supuso que no sería nada bueno. Lo hizo para protegerle

—¿Y los gendarmes no se percataron?

—¡Por Favor! ¿Quién iba a mirar una Renault Master pudiendo ver un treinta y tres Stradale saltar de un camión marcha atrás? —Asentí con la cabeza ante la obviedad de la afirmación—. Cuando Phil llegó a vuestra posición ya había acabado todo. Pero lo que dio inicio fue su calvario.

—¿Qué quieres decir?

—Nadie quería decirle nada, porque aquello no era un accidente de circulación al uso, y porque se dieron cuenta de su implicación. Así que cuando llegó al lugar, los gendarmes también se lo llevaron para interrogarle. Y acabamos en comisaria.

—¿Tú también?

—Más de tres horas prestando declaración. Por suerte somos perros viejos en esto —Se le escapó una pequeña sonrisa—. Los gendarmes se desesperaban. ¡Si hasta utilizaron la táctica del policía bueno y el policía malo!

—Así que ya lo saben todo…

—Si fuera cierto, tú no estarías aquí. Phil empezó a tirar de galones. Realizó un par de llamadas y al poco nos dejaron en paz. Entonces averiguó a que hospital trasladaron a Mélissa. Mira si tiene contactos que, debido a que habían requisado a Jacqueline y no tenía medio de transporte para ir, lo llevaron en un coche patrulla.

—¿A ti también te requisaron el camión?

—Así es. Otra tanda de llamadas los días siguientes para que levantaran el precinto de los tres coches. Lo que no nos perdonaron fue el pupilaje, los muy…

—Me imagino —Dirigí mi vista a las llaves del Nissan al acordarme.

—Y luego hizo lo posible para sacarte a ti de allí.

—Se lo agradezco enormemente. Ha sido muy duro estar una semana aislado del mundo. El primer día reclamaba a gritos un mínimo de información, hasta que comprendí que mis esfuerzos iban a ser estériles y decidí esperar. ¿Qué otra cosa podía hacer? —Administré una última calada—. Pero las horas se hacen eternas.

—Lo importante Michel, es que ya estás fuera. ¿Y ahora que vas a hacer?

—No lo sé… —No quise decirle a Fabien nada sobre el comisario, y mucho menos sobre su obligada oferta de trabajo—. La verdad que ahora mismo no tengo ni idea. Quiero ir a casa y pensar en todo.

—Está bien —Nos levantamos de nuestros respectivos asientos.

—Gracias por el café, Fab.

—Gracias a ti por la visita —Me acompañó hasta la puerta —Y ya sabes que aquí estoy para lo que te haga falta.

—Lo sé.

—Y si necesitas ocupar la mente, trabajo sobra —Sentenció con una sonrisa.

Subí al Nissan, arranqué, encendí las luces y accioné los limpiaparabrisas, debido a que la lluvia y la oscuridad reinaban en aquella tarde otoñal, y acompañado por He comes the rain again de Eurythmics, emprendí de nuevo el camino a Villefranche.

Al llegar a la posición de la verja de entrada, detuve el coche y abrí la guantera central que hacía la función de reposabrazos para buscar en su interior el mando a distancia. Presioné el botón que liberaba la puerta y esperé que esta se desplazara, pero fue en balde, pues no se movió un ápice. Volví a insistir con mi índice sobre el botón, esta vez con algo más de fuerza, con infructuoso resultado. Giré el mando dispuesto a remover la pila, pero la tapa que la protegía estaba custodiada por un pequeño tornillo, y yo no disponía en el coche de las herramientas necesarias para tal fin. Detuve el motor y salí del coche dispuesto a desbloquear la apertura manual de la verja. Pero cuando me disponía a desplazarla vislumbré una sombra fugaz a través de la ventana de la cocina.

Nervioso, me aparté y saqué mi teléfono móvil del bolsillo.

—¿Michel?

—Phil, ¿dónde estás?

—En casa.

—¿En tu casa?

—Claro, ya te he dicho antes que volvía a mi casa. ¿Necesitas algo?

—Hay alguien dentro de la casa de Villefranche.

—¿Como? No te muevas, ahora voy hacia allí. Ni se te ocurra entrar Michel… ¿me escuchas?…¿Mi…?

Colgué la llamada, me dirigí en sigilo al Nissan y saqué la MAB de debajo del asiento. Comprobé que estaba cargada y me regresé de nuevo a la verja. Desatendí la orden de Philippe y empujado por una mezcla de miedo y adrenalina trepé por ella y me adentré en el recinto. Avancé medio agachado hasta la puerta de la casa y pegué el oído a la misma, para cerciorarme que al otro lado había alguien, tal y como indicaban los ruidos que provenían del interior. Con meticuloso cuidado saqué las llaves de mi bolsillo, y las apreté con fuerza entre la palma de mi mano para minimizar el característico ruido que hacían al chocar entre ellas. Introduje la adecuada en la ranura y giré media vuelta a la izquierda, casi en cámara lenta. Cuando el clic que liberaba la cerradura sonó, empujé con la fuerza que otorgaba la inconsciencia del momento.

—¡Quieto! — Una figura masculina con el rostro oculto y vestido de negro se giró de golpe —. ¡No te muevas o disparo!

Pero su revólver habló por él y expulsó dos balas. La primera impactó en la puerta y me obligó a agacharme. La segunda rozó mi brazo izquierdo, lo que provocó un gran quemazón y un agudo e instantáneo dolor.

Acto seguido, el inesperado visitante empezó a correr a través del pasillo en dirección al salón, y yo, enfadado por la calurosa bienvenida, seguí tras él.

En mitad de la carrera se detuvo y se giró para disparar dos balas más, que evité al ponerme a cubierto detrás de la pared. Pero me asomé raudo y esta vez fui yo el que apretó el gatillo, con la suerte de que uno de los disparos impactó en una de sus piernas. Exclamó un grito de dolor, corrió con una pequeña cojera hacia la terraza y, sin dudar,  atravesó la cristalera para caer en la zona de la piscina. Copié sus movimientos y apoyé mi mano en la barandilla para generar impulso en el salto, dispuesto a no dejarlo escapar. Pero de pronto todo voló por los aires.

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