Abrazado a mi amigo Philippe, atravesé una puerta que minutos antes parecía imposible alcanzar. La libertad, cada vez más distorsionada por su lejanía, se volvía nítida y real. La luz del nuevo día otorgaba a mi mente la claridad necesaria para pensar en todo lo acontecido antes de entrar en prisión.
—¿Has venido con el 911? —Le pregunté al ver el coche de Mélissa aparcado cerca de la entrada.
—¿Con que querías que viniera? ¿Con el Alpine?
—¿Jacqueline?
—No quería torturarte más después de tu semana en prisión —No pudo contener la risa.
—Muy gracioso, Phil. ¿Y el Nissan?
—Está en el depósito. ¿Quieres que vayamos a buscarlo?
—¿Bromeas? Primero quiero ver a Mélissa. ¿Dónde está?
—Sigue en el hospital —Philippe se puso delante de mí y detuvo mi rápido andar al apoyar sus manos sobre mis hombros—. Michel, cálmate y mírame a los ojos. Mélissa está bien, de verdad, pero aún está convaleciente tras el accidente, y lo último que necesita es verte a ti nervioso.
—Llevo una maldita semana encerrado en una celda sin saber nada de ella ni de nadie. No sé qué ha pasado con los coches, ni con Nasser, ni que pasará conmigo.
—Nasser está muerto —La inesperada respuesta de Philippe logró enmudecerme.
—¿Es…está muerto?
—Así, es. Lo sacaron con vida del Alfa Romeo, pero no llegó al hospital. Falleció en la ambulancia. El lado del conductor se llevó la peor parte, Y súmale la sangre que había perdido a causa del disparo en su mano, y las quemaduras sufridas tras el incendio del treinta y tres.
—Bueno, no me entristece —Aunque sí que me dejó pensativo—¿Llegaste a ver el cuerpo?
—No.
—¿Y cómo sabes lo del disparo?
—Me informaron los viejos camaradas del DGSE que siguen dentro. Entre compañeros todo se sabe.
—Ya me imagino…
—Michel. Entiendo a la perfección como te sientes en estos momentos. No quiero ni pensar como estaría yo en tu situación —Le arrebaté las llaves de la mano—. ¿De verdad que quieres conducir?
—Lo necesito.
Abrí la puerta del descapotable germano y el perfume de Mélissa, impregnado en la tapicería de piel, invadió mi olfato y consiguió transportar mi mente a su lado durante unos breves segundos. Me acomodé en el asiento del conductor, introduje la llave en el lado izquierdo del volante y el motor bóxer arrancó de nuevo sin rechistar, mientras el equipo de música liberaba With every Heartbeat de Robyn with Kleerup. Como rezaba la letra, me dolía cada latido con su ausencia.
Salimos del principado en busca de la autopista, pues pese a ser sábado y poder disfrutar con total seguridad de una Basse Corniche despejada de tráfico, mi necesidad imperiosa de llegar al hospital hizo que me decantara por circular a velocidades poco legales por la vía de pago. Y por los gestos de Philippe entendí que iba muy rápido.
—Michel —Philippe bajó el volumen de la radio, —¿cómo acabaste en la antigua mansión de Nasser?
—Me enviaron un mensaje —Reduje la velocidad para prestar atención a mi amigo.
—¿Un mensaje?
—Si. Al salir del camión…
—Al saltar del camión dirás. Porque la maniobra fue espectacular —Philippe se reía al recordar mi hazaña—.Yo creo que ningún gendarme se esperaba que saliese del camión un coche disparado marcha atrás.
—Como te decía, al saltar del camión, puse rumbo al garaje de Levens. Llamé a Hasan para avisarle, pero me colgó y me envió la ubicación de la mansión por mensaje. Jamás había estado allí, y creo que Mélissa tampoco conocía el lugar.
—Fue la primera mansión que Nasser compró cuando llegó a la Cote d’ Azur, pero hacía años que estaba deshabitada.
—Desde luego. La casa estaba abandonada por completo.
—¿Y qué pasó?
—Fue una emboscada. Nasser nos quería matar. A mi seguro. Sus hombres salieron de la casa y nos encañonaron con las armas. Hasan me acercó un maletín, lo abrió y resultó estar vacío, pero consiguió distraer mi atención. Y en ese momento Nasser aprovechó para clavarle una inyección a Mélissa en el cuello.
—Un relajante muscular mezclado con un anestésico en una dosis muy elevada. El médico no se creía que Mélissa no tenga ninguna secuela tras ver los resultados de las pruebas.
—Maldito sádico hijo de puta.
—Michel, ella está bien y Nasser muerto, así que no te castigues más —Philippe intentaba reconfortarme al ver la rabia brotar en mi rostro.
—Tienes razón.
—Bien, y entonces le disparaste a Nasser.
—Yo no disparé a Nasser.
—¿Co…como? —La expresión de mi amigo denotaba que no entendía nada—. Me dijeron que le habían disparado en la mano. Y di por hecho que habías sido tú.
—Un francotirador.
—¿Qué quieres decir, Michel?
—Nasser me apuntó con su arma y antes de que pudiera apretar el gatillo, su pistola y su mano salieron por los aires. No se escuchó ni el disparo. Al momento otra bala alcanzó a uno de sus hombres. Yo me refugié detrás del Nissan y Nasser se arrastró hasta el Alfa Romeo, para huir a toda velocidad.
—Increíble.
—Más increíble me resulta a mí tu sorpresa.
—No te entiendo, Michel.
—Pensaba que los disparos los realizaba el DGSE, pero después de ver tu cara, me queda claro que no fue así.
—Al DGSE le pilló por sorpresa el cambio de ubicación. Había hombres vigilando su actual villa y su barco, pero nadie contempló que Nasser pudiera usar su antigua mansión, porque como te digo lleva años abandonada, quizás más de quince.
—Pues ya ves que a alguien si se le ocurrió.
—Desde luego —Philippe se quedó pensativo. —Intentaré informarme de lo sucedido.
Completamos en apenas veinte minutos la distancia que nos separaba del hospital. Al llegar, nos introdujimos en el aparcamiento subterráneo y dejé que Philippe, que tenía el rostro algo pálido, abandonara el coche antes de estacionarlo. Una vez situado, me bajé del Porsche y lo alarmé.
—Sígueme, Michel —Ahora era Philippe el que andaba a paso ligero.
Entramos al edificio y nos dirigimos directos a los ascensores. Mi amigo pulsó el botón de llamada y en cuestión de segundos las puertas del que había situado más a la izquierda se abrieron. Esperamos a que fuera desalojado por un enfermero que arrastraba una camilla con un paciente de avanzada edad en ella, y entramos. Esta vez pulsó el botón que correspondía a la quinta planta, y el ascensor empezó su recorrido.
Después de una eterna ascensión, se detuvo en la altura solicitada. Sin que acabaran de abrirse las puertas, abandonamos el interior y salimos al pasillo.
—Es la número quinientos cuatro —Me comentó Philippe mientras avanzábamos casi al trote.
—¿La que está custodiada por dos gendarmes?
—Exacto.
—¿Esa vigilancia es normal?
—Una de las mejores agentes del DGSE casi muere en un accidente de tráfico al ir en el mismo coche que un miembro de la familia real Catarí, el cual la había drogado y secuestrado. ¿Te parece suficiente motivo? —Asentí con la cabeza ante el conciso resumen que acababa de escuchar.
Llegamos a la puerta indicada y nos detuvimos delante de los gendarmes, que se apartaron tras saludarnos.
—¿Estás preparado? —Philippe se giró, fijó su mirada en mí y me abrazo con fuerza antes de tocar con delicadeza la puerta, para abrirla y cederme el paso.
Toda la ansiedad creada durante mis días de cautiverio había desaparecido por completo. Pese a que Philippe me había insistido en que Mélissa se encontraba bien, el miedo al no saber en qué estado real la vería me paralizó por completo. Pero al momento me armé de valor y accedí a la habitación para comprobar cómo se encontraba mi amada.
—¿Mi… Michel?
Mélissa, que se había despertado con la llamada a la puerta de Philippe, rompió a llorar. Las lágrimas que brotaban de sus ojos, disimulaban las múltiples magulladuras y contusiones que intentaban estropear su preciosa tez. Me abalancé sobre ella en mi afán de abrazarla con efusividad, pero con la mano izquierda frenó mi ímpetu. Al detenerme, me percaté que tenía el brazo derecho vendado y sujeto por una armilla. Contuve mi emoción y la rodeé como pude mientras besaba su frente.
—Como te he echado de menos, Mélissa —Y los dos rompimos a llorar a la vez que nos regalábamos innumerables besos.
—¿Cómo te han tratado en prisión?
—Bien. Pero eso ahora no importa. ¿Cómo estás tú? ¿Qué te ha dicho el medico?
—Como has visto tengo el brazo en un cabestrillo, porque del golpe se dislocó. Además me rompí la meseta tibial de la pierna derecha al golpeármela con la parte inferior del salpicadero, que ya pertenecía al chasis.
—¿Te han operado? —Le pregunte al verle la pierna vendada por completo.
—Si, hace cuatro días. Me han puesto un clavo en el hueso, ya que se me ha astillado y tiene que rehacerse. Como no puedo coger la muleta, tendré una nueva compañera durante unos meses —Me señalo con la mirada la silla de ruedas que había al lado de la pared.
—Joder… Bueno, no te preocupes. Yo estoy aquí para ayudarte en todo.
—Eso no ha sido lo peor de todo…
—¿Que más hay? —Me di cuenta de que Mélissa no era capaz de gesticular una palabra sin que se formase un nudo en su garganta—. Mi vida, ¿que más ha pasado? Me estás asus…
Y de pronto enmudecí yo también, al comprender que el verdadero dolor que atormentaba a Mélissa era la pérdida del bebé que gestaba en su interior.
—¡Lo siento mucho, Michel! ¡Lo siento mucho! —Se tapó la cara con su brazo izquierdo mientras se ahogaba en su desesperación.
—Eh… eh… calma… tranquila… no es tu culpa, amor mío… no es tu culpa —Le aparté el brazo, y empecé a acariciar su mejilla mientras con la otra mano palpaba la mesita que había al lado de la cama en busca de un pañuelo.
—Ya está, ya se me pasa, de verdad —El llanto disminuyó en intensidad hasta convertirse en un ligero sollozo. —Ya me había hecho a la idea, pero al verte a ti… —Y de nuevo rompió a llorar.
—Mél, ya ha pasado —Esta vez Philippe, que acaba de entrar a la habitación, era el que la reconfortaba, apoyando su mano en su pierna izquierda, y agitándola en un suave vaivén.
—Si… si, ya está, ya…
—Está noche vendré a dormir contigo, ¿de acuerdo?
—No Michel, que estarás cansado de la cama de la prisión. Ves a casa y duerme en condiciones.
—Ni lo sueñes. No pienso estar otra noche sin ti. —Aprisioné fuerte su mano izquierda entre las mías.
—¿Quieres ir a buscar el coche al depósito, Michel?
—Si. Buena idea, Phil. Vamos a desayunar y después vamos a buscar el Z. Luego iré a casa, me asearé, prepararé mis cosas y vendré a pasar la noche contigo, ¿te parece bien? —Le dije a Mélissa, que asintió con la cabeza—. ¿Quieres que te traiga algo de desayunar?
—No, gracias. La enfermera tiene que llegar en cualquier momento.
—¿Y algo de casa?
—Déjame que piense y te escribo después.
—De acuerdo. Pues Phil y yo nos vamos —Me agaché para enredar mis dedos entre sus cabellos—.Llámame para lo que necesites, ¿entendido?
—Sí, mi vida.
—Eres un amor — Y le di un beso de despedida—.Luego te veo.
—¡Hasta luego!
—Bueno, Mél. Ahora que está Michel aquí, me quedo más tranquilo. Aun así, sabes que puedes llamarme para lo que quieras.
—Lo sé Tío Phil. Muchas gracias por todo los que has hecho.
—No se merecen, preciosa —Y Philippe le dio un beso en la mejilla—.Mañana vendré a verte. Descansa.
Salimos de la habitación en el momento que entraba la enfermera con el desayuno.
—¿Estas bien? —Me preguntó Philippe tras cerrar la puerta.
—¿Tú lo sabías?
—Si. Pero no era a mí a quien le correspondía contártelo —Una presión en el pecho me imposibilitó el habla—.Michel, lo siento mucho de verdad. Se lo ilusionando que estabas con la idea de ser padre.
—Ya… ya está —Tragué un poco de saliva—.Vamos a desayunar.
—¿Quieres ir a algún sitio en concreto?
—No, pero fuera de aquí. No me traen buenos recuerdos los hospitales.
Deshicimos el camino y regresamos al parquin del hospital. Me acerqué a la máquina de pago, introduje el ticket para abonar la estancia, recogí el cambio, lo guardé en el bolsillo y nos dirigimos hacia la plaza donde descansaba el Porsche. Subimos en él y, al ponerlo en marcha, en la radio empezó a sonar como de si de una diabólica coincidencia se tratase, Tears in Heaven de Eric Clapton.
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