En un polígono industrial situado en una pequeña población de la periferia de Barcelona, a diez minutos reales del aeropuerto Josep Tarradellas Barcelona-El Prat, se encuentran estratégicamente ubicadas las instalaciones de AutoStorica.
Definirlo como un taller de restauración es quedarse muy corto. AutoStorica es el lugar donde los sueños de infancia reviven de nuevo, para que sus propietarios puedan disfrutar de ellos como el primer día, gracias a la excelente calidad que solo los profesionales más experimentados saben aplicar a sus trabajos.
La primera vez que uno entra en los más de 10.000m2 de superficie que componen este lugar de cuento, queda superado y abrumado al instante por la cantidad —y calidad— de los vehículos allí presentes, cada cual más exótico y especial que el anterior. Y cuando por fin se consigue apartar la vista de los coches y mirar alrededor, se empieza a entender por qué están todos allí. No se ha escatimado en recursos para que cualquier reparación sea simplemente perfecta. Lo mejor para los mejores.
Entre fogones
Como si de un exquisito menú de degustación se tratase, nuestra visita empezó por la pequeña tienda que recibe a los visitantes a AutoStorica. Un entrante lleno de recambios nuevos y accesorios de todo tipo para clásicos, la mayoría ingleses, como Jaguar, Mini, o Aston Martín.
Cinco minutos fueron suficientes para abrirnos el apetito, y con el hambre que teníamos, llegó el primero de los platos. Un estupendo taller que transportaba los recuerdos a la época dorada del automovilismo. Está distribuido de manera eficaz para maximizar el rendimiento en el trabajo, y así encontramos a la izquierda una hilera de elevadores para las reparaciones en los vehículos, a continuación una zona más recluida donde poder trabajar con los motores en un ambiente algo más relajado, justo enfrente la oficina del taller y al lado de esta, otra hilera de clásicos que esperaban arreglos menores y mantenimiento. Al fondo, un tabique con una puerta corredera separaba la zona de acabado, donde se recibían los vehículos que provenían del taller de pintura, para su montaje y perfecto ajustado de todos los componentes.







¿Taller de pintura?
Si, cuando aún estábamos digiriendo la majestuosidad del taller, llegó el momento del segundo plato. La sección de plancha y pintura. Como si de un quirófano se tratase, cuatro cabinas de pintura franqueaban una amplia, limpia e iluminada sala donde poder reconstruir y preparar las carrocerías completamente desnudas antes de su pintado. Parece increíble que algunos esqueletos allí presentes finalicen en auténticas obras de arte.
Subimos por una pequeña escalera a la planta superior, y llegamos a un largo y ancho pasillo que quedaba dividido en cuatro estancias bien diferenciadas. En la primera nos recibían una serie de clásicos tales como un Lamborghini Countach 5000 Quattrovalvole, Ferrari 265GTB, 330GTC o 512BB, Mercedes 300SL,… que se podían admirar con calma y precisión gracias al espacio entre ellos y la correcta iluminación que la cantidad de luz ofrecía. Unos pasos más adelante, en la segunda división, otra muestra de clásicos, esta vez con gran representación de Muscle Car americanos. Y es que no se ve cada día un Shelby Cobra al lado de un Shelby GT500, ambos en perfecto estado de revista.









Adentrarse en AutoStorica es degustar una delicatessen automovilística con los cinco sentidos.
La tercera división fue la que nos impactó más. Una serie de carrocerías desnudas, con el metal a la vista, esperaban pacientes encima de unos enormes caballetes, su turno para ser restauradas. Si verlas en el taller de pintura impresionaba, hacerlo allí imponía respeto. Silencio sepulcral. Como el que hacía falta para adentrarse a la cuarta y última división de la estancia: Un perfecto estudio fotográfico con un fondo negro y una estudiada iluminación que resaltaba la belleza de los modelos que por ella desfilaban. Una superlativa unidad de Ferrari F50 hizo las delicias de nuestra fotógrafa Lady Speed, tal y como podéis comprobar en nuestro reportaje sobre la barchetta de Maranello.
Nuestro siguiente bocado lo dimos al adentrarnos en el taller de tapicerías. Una sala debidamente acondicionada donde un maestro artesano daba vida a los encargos más difíciles. Un conjunto de pieles y telas de primera calidad que colgaban de las paredes, e impregnaban con su característico olor la estancia. Una fragancia que invitaba a quedarse de forma perenne a disfrutar de cada puntada.






La hora del postre
Después del festín que habíamos degustado, y cuando parecía que no podíamos probar nada más, llegó la hora del postre. Salir del taller de tapicería significó adentrarse en la exposición de venta. Y creernos cuando no exageramos al definirla como una explosión de sabor para los cinco sentidos. Lamborghini, Aston Martin, Jaguar, Alpine, Mercedes, De Tomaso, Porsche,… algunas de las mejores creaciones de cada marca descansaban en aquella vasta estancia. En un estado como si acabasen de salir de la cadena de montaje, esperaban a su nuevo propietario mientras lucían sus encantos. Jamás un postre nos había llevado dos horas, pero pasear entre modelos como el Lamborghini 350GT, el DeTomaso Pantera GT4, el Alpine Renault A 108, o la docena de Jaguar E-Type, por citar algunos, requería de tiempo. Siempre menos del deseado.









Ahora sí, con nuestro apetito saciado, abandonamos las instalaciones de AutoStorica con el sabor agridulce que un menú así deja en el paladar. Dulce por la calidad de la degustación y agrio por no poder habitar en la cocina de tan sublime lugar. Bon Appétit.
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